martes, 10 de junio de 2014

RELATO - Cap. 1 | El Monstruo

Bueno... he tardado un poquito en volver a escribir en este blog, pero lo cierto es que ando algo escasa de tiempo; y cuando tengo tiempo, me faltan ganas o inspiración para escribir. Hoy quería compartir el principio de un relatillo que escribí hace algún tiempo, y que iré continuando junto a otras historias. No es gran cosa, pero lo tenía por ahí y al verlo he querido compartirlo. Espero que os guste ^^





Vuelta a empezar... Vuelta a la frustración y al desasosiego. Otra puerta que se cerraba en su camino por la razón de siempre, el miedo a cruzarla. Después de tantas veces, Clarice debía estar acostumbrada ya a ello; cualquier otra persona habría abandonado probablemente hacía mucho. A ella sin embargo le podía la ilusión. Era ese ímpetu arrebatador que le recorría las entrañas el que la empujaba a intentarlo siempre una vez más. Pero, ¿acaso lo que ella hacía podía llamarse siquiera intentarlo?

Por lo general, cuando Clarice se sentía deprimida como en aquel momento, daba un paseo por el centro de la ciudad. Le gustaba deambular por las concurridas calles observando a la gente, sus comportamientos, sus gestos; e incluso inventaba sus historias en su cabeza. Llegaba hasta aquel viejo cine que habían restaurado hacía un par de años, el cual conservaba el aspecto y estilo de un cine de mediados de siglo. Le encantaba sentarse en los escalones de aquel edificio. Allí solían poner películas antiguas y algunas actuales en versión original. Se dedicaba a mirar los carteles, admirar los rostros de sus artistas favoritos y soñar con que algún día, alguien fuese allí a ver una de sus actuaciones. Sin embargo, pocas veces había entrado en aquel lugar. No le gustaba ir sola al cine, y además, la mayoría de las películas que proyectaban ya las había visto cientos de veces. Iba allí en realidad como alguien desesperado que busca un lugar de culto donde rezar sus plegarias, donde meditar; una especie de templo.

Pero contra todo pronóstico, no fue aquel lugar el que visitó aquel día. El otoño había llegado a la ciudad con su manto gris ocupando el cielo y los tonos marrones y amarillos borrando el brillo de los árboles. Estos colores y las bajas temperaturas no eran lo más apropiado para combinar con su estado de humor, por lo que ese día prefirió ir a un lugar refugiado. Dirigió sus pasos pues a lo que probablemente había sido siempre su segundo templo. El primero en realidad durante muchos años, antes de su afición por el cine. Caminó a paso ligero por las frías calles hasta llegar a la biblioteca que había cerca de la avenida Leonardo da Vinci, donde tenía la oficina su padre.

Llevaba visitando aquella biblioteca desde que su memoria alcanzaba. La primera vez que fue, tenía unos 5 años. Su madre la llevó mientras esperaban a que Charles, el cabeza de familia, hiciera su entrevista de trabajo para la empresa en la que estría trabajando hasta entonces. Clarice hizo buenas migas con la joven bibliotecaria que había aquel día, y a su corta edad le hizo su carnet de biblioteca. Desde entonces, su madre la llevaba con frecuencia a aquel lugar que parecía fascinar a su hija. Apenas sabía leer aún, pero se entretenía mirando los libros infantiles y los dibujos de algunos cuentos. Pero lo que más interesante le parecía a Clarise era el ambiente que allí se respiraba. Estaba acostumbrada a escuchar gritos en casa a todas horas. Sus padres, divorciados ahora desde hacía 5 años, nunca llevaron demasiado bien su precoz matrimonio; uno de los tantos matrimonios llevados a cabo más por los suegros que por la propia pareja, obligada a casarse cuando una jovencita queda embarazada. Tal vez, el ambiente que la niña respiraba en su hogar hacía que aquel lugar le pareciera un paraíso, con todo ese silencio y tranquilidad. Le parecía impresionante ver a la gente tan concentrada en sus asuntos, absorta en libros y revistas, sin importarle un bledo lo que ocurriese a su alrededor. Desde entonces, ese fue su primer refugio.

Mientras cruzaba la entrada de la biblioteca, aún resonaban en su cabeza las palabras “Adelante jovencita”. Había cogido el autobús hasta el antiguo barrio situado al este de la ciudad y después había ido prácticamente corriendo hasta llegar a aquel local oscuro y semivacío donde le harían su audición. No era la primera vez en absoluto que se presentaba a una prueba. Desde que la interpretación había llegado a su vida, su sueño había sido conseguir un papel en alguna obra. Sin embargo, en aquella ocasión, igual que en las demás, aquel monstruo la había atacado.

Adelante jovencita” dijo el hombre que se presentó como Gustave, un bohemio que parecía salido de otra época con sus excéntricas ropas y su boina. El hombre, que emitía un aroma un tanto almizclado le produjo un leve dolor de cabeza en cuanto vino a saludarla. Ella se presentó a Gustave, que iba a ser el director de la obra, y desde el primer momento sus nervios fueron en aumento.

- Sudor de manos, ¿eh? – le había dicho en cuanto ambos se estrecharon sus diestras a modo de presentación – Tranquila, es de lo más normal en estos casos.

Una leve sonrisa fue lo que salió de Clarice a modo de contestación ante este comentario, a pesar de que en su interior deseaba salir corriendo y gritando hasta estar al aire libre y vomitar hasta vaciarse.

Esta vez Clarice iba decidida a vencer al monstruo, no dejaría que ganase la batalla esta vez. Oh, no, esta vez no. Eso fue lo que se repitió durante todo el camino y lo que llevaba repitiéndose desde que había visto el anuncio de la audición.

La vez anterior, se presentaba para Sueño de una Noche de Verano. En un principio deseó hacer la prueba para el papel de Titania. Adoraba al personaje, y le habría encantado verse disfrazada de Reina de las Hadas. Pero de camino a la prueba, el bosque de Arden se le vino grande, y pensó que tal vez sería mejor presentarse para el papel de Helena. Algo más sencillo. Algo más… para ella.

- Adelante Clarise – dijo la voz de aquella mujer, de la cual ya no recordaba el nombre -. Paso al frente y comienzas con tu texto.

Pero justo en ese instante, el monstruo volvió a la carga y se encargó de que saliera de allí sin otro papel que el de fracasada deprimida con toques de frustración y lágrimas.

Aquel día de otoño, sin embargo, pensó que iba a ser distinto. Esta vez se presentaba en serio, nada de recular. Iba a presentarse para el papel de Lady Macbeth, el papel de sus sueños. Clarice se sabía el papel al dedillo. No sólo porque le gustase la obra, sino porque Lady Macbeth tenía todo lo que ella deseaba tener. No era precisamente una mujer a la que admirar, pero tenía coraje, valentía, era fuerte y segura; al menos antes de perder el juicio.

Llevaba semanas ensayando el papel. Nunca en su vida se había lavado tanto las manos como esa semana. Había ensayado caras y gestos estirados frente al espejo, soñando con ser una mujer así durante un rato al menos.

Pero entonces ocurrió.

- Adelante jovencita – dijo la voz del señor Gustave, dando paso a su prueba.

Pero allí estaba el monstruo para atacar de nuevo. Notó el sudor frío que empezaba en sus manos, pero ahora recorría todo su cuerpo. El monstruo se agarró a su garganta, obstruyendo las frases que tenía en su cabeza. Le agarró las manos e hizo que empezasen a temblar y después se revolvió en su estómago y le hizo un nudo en el pecho evitando que pudiera respirar bien.

Intentó luchar más que nunca, incluso consiguió que algunos sonidos guturales saliesen de su garganta. Lady Macbeth era fuerte y luchaba con su puñal contra el monstruo para intentar salir. Pero la batalla, como siempre, fue perdida. Aquel monstruo mató a Lady Macbeth y una lágrima resbaló por la mejilla izquierda de Clarise, dejando tras de sí un leve rastro negro del lápiz de ojos que había utilizado para resaltar su mirada.

Notaba la preocupada mirada del señor Gustav, y las frías e impacientes miradas del resto de candidatos que esperaban para la audición. Algunos murmuraban, otros reían por lo bajo. Pero ella simplemente sentía al monstruo. Miedo, terror, agonía.

Lo siento…

Fueron las únicas palabras que consiguió emitir con un débil hilo de voz, y acto seguido salió corriendo. Huyó de los monstruos que la perseguirían siempre, aquellos caníbales que se alimentaban de sus personajes y que robaban sus sueños.

Con todo esto en su cabeza, llegó a su sección favorita de la biblioteca: Teatro Clásico. Dio un paseo por la zona, visitando aquellos cadáveres que había ido matando uno a uno en sus miedos, como si de una tragedia de su época se tratase. Tras un par de vueltas, decidió que aquel día sería mejor cambiar de tema un poco; al fin y al cabo había venido a despejarse, no a hundirse más aún en su miseria.

Pasó por la zona infantil, que le trajo gratos recuerdos de sus primeros años en aquel paraíso de palabras, pero no era esta zona para alguien como ella a estas alturas de su vida. Continuó su paseo por el lugar y vio la zona de Novelas Victorianas, la zona favorita de las feministas que sentían tanto odio por los hombres, mujeres que leían novelas en las que su heroína acababa casada con alguien a quien no soportaban, pero que por arte de magia acaba siendo el príncipe azul (pero jamás con ese nombre, pues los príncipes azules no existen, son una abominación del sistema que envenena las mentes de las jóvenes féminas). Jamás había entendido muy bien la gracia de este tipo de novelas, y mucho menos a sus lectores (lectoras en su 80%).

Una chica que estaba leyendo uno de los tal vez miles de ejemplares y ediciones de Orgullo y Prejuicio se le quedó mirando con una cara extraña. Entonces Clarise recordó que había llorado y que debía tener la cara manchada de maquillaje y se dirigió al baño. En su camino tropezó con alguien, ya que iba mirando hacia abajo para que nadie viera su cara. Ni siquiera se fijó en la persona con quien había chocado, se limitó a pedir una leve disculpa en un susurro y continuó su camino hacia el baño. No quería que más gente allí viera su aspecto, debía parecer un mapache en aquel momento, y lo que menos quería era llamar la atención.

Salió del baño y suspiró algo más relajada y se dirigió a la zona de Misterio; una zona que había visitado en raras ocasiones. No había demasiada gente, y la que había parecía bastante ensimismada en su lectura, y ello le gustó. Sólo una persona deambulaba igual que ella por la misma zona, en busca probablemente de alguna nueva lectura en la que adentrarse.

No le conocía, ni tenía nada de especial; sin embargo algo le llamó la atención, pero ni siquiera sabía qué era. Empezó a fijarse en qué libros estaba mirando, y vio que buscaba algo entre las novelas de Stephen King. Estuvo a punto de decirle algo, por entablar conversación. Pensó pedirle consejo, ya que no había leído demasiadas novelas de ese tipo y tal vez pudiera ayudarla a elegir. Pero ese pensamiento duró unos escasos segundos, acto seguido se esfumó y pensó que aquello era una biblioteca, y que la gente rara vez va a un lugar así a entablar conversación. Además, tal vez tampoco tenía ni idea de aquellos libros. Había sido una idea absurda.

Dio un par de vueltas, pero al no conocer demasiado el tema al fin se decidió por coger uno de los pocos que conocía, Muerte en el Nilo de Agatha Christie; seguramente guiada por esa fuerte tendencia humana de agarrarse a lo que uno conoce o al menos ha oído, en vez de apostar por lo desconocido.

Observó el libro con detenimiento, como si éste fuese a revelarle si su lectura fuese a merecer la pena o no. En la portada se leía el título y el nombre de la escritora en letras grandes y blancas sobre un fondo negro, y debajo había una foto de una pistola y un par de joyas. “Qué original…”, pensó Clarice, ya que todas las novelas de ese estilo parecían ser iguales a su parecer. A pesar de ello, se sentó en un lugar apartado de la mayoría de lectores y se dispuso a comenzar su aventura por el Nilo. Ojalá el viaje y el misterio le despejaran un poco la cabeza; al fin y al cabo, cualquier lectura ayuda a despejar la mente.

[Continuará...]