sábado, 16 de noviembre de 2013

Noviembre... mes de otoño, mes de muerte...

Noviembre… mes de otoño. ¿Y qué es el otoño sino símbolo de muerte? Las hojas se caen, y con ellas la vida en el ambiente. Noviembre… mes de muerte. Aire gris, cielo turbio… el suelo cubierto de hojas cadavéricas que vuelan sin rumbo con el viento otoñal.

Y allí, entre hojas, se sienta ella… como una hoja marchita más que carece de alma y ha perdido el rumbo. Pero ella no es una hoja, es una persona, con su alma y sus pensamientos. Los pensamientos… esos que cada noviembre viajan al pasado para recordarle los noviembres tan duros que había conocido.

¿Cuánto tiempo había pasado desde aquel primer noviembre fatídico? ¿Diez años? Tal vez un poco menos… ya ni lo recordaba. Pero desde aquel año no volvería a tener un noviembre tranquilo o feliz. Siempre había sido sensible a ciertas fechas, pero noviembre se había propuesto ser el mes más recordado, ya que cada año intentaba darle nuevas razones para odiarlo.

Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela…” – así resonaba en su cabeza la Canción del Pirata del maestro Espronceda – “… no corta el mar sino vuela, un velero bergantín”. Siempre pensaba en aquel poema, pero pocas veces lo recitaba, pues en su cabeza no era su voz la que oía, y era eso lo que más le gustaba. No recordaba su vida antes de conocer ese poema, al menos no sin haberlo oído. Tenía unos 10 años cuando lo vio por primera vez en su libro de Lengua en el colegio, y cuando se lo mandaron leer en voz alta lo hizo a la perfección porque ya se lo sabía de memoria.

Con los años se había convertido en una especie de himno para ella. Un hermoso recuerdo que le daba fuerzas y ánimos en los momentos difíciles. No por la letra de la poesía, a la que apenas prestaba atención en realidad, sino porque era un gran recuerdo, un símbolo, de quien se lo había enseñado. Su abuelo, su padre, su maestro, su héroe y su ídolo. Él había sido todas esas cosas, pero hacía unos diez años que ya no estaba a su lado.

Noviembre… mes de otoño y mes de muerte.

Después de su abuelo, noviembre se había cobrado otras vidas a lo largo de los años. Él fue el primero de la lista, y a la vez el más importante en su vida. Se había llevado también a su tío, a su padre y a otras personas menos cercanas, todos en noviembre. Pero cada mes de noviembre, el recuerdo que más le dolía era el de aquella primera pérdida. Incluso aquel año, una amiga cercana acababa de perder en cuestión de días a dos personas queridas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que noviembre no sólo iba a por ella. Y, así, cada noviembre ella temía alguna pérdida cercana. Pasaba el mes horrorizada porque pasara alguna tragedia cercana a ella. ¿Acaso era una tontería? Tal vez… tal vez sólo eran casualidades, la gente pierde seres queridos todo el año. Pero no podía evitarlo.

Bajel pirata que llaman, por su bravura el Temido, en todo el mar conocido, del uno al otro confín

No está bien recordar a los seres queridos que se han ido en la fecha de su muerte. Pero a decir verdad, ella lo recordaba muchas otras veces. En su cumpleaños, que era unos días después que el suyo, en Navidad, en el cumpleaños de su abuela, en los Carnavales, en las ocasiones especiales familiares, como en la boda de su primo, casi hermano, a quien mencionó en el discurso e hizo que todos llorasen de emoción. Y, cómo no, cada vez que ella lograba algo, una de las primeras cosas que pensaba era en lo orgulloso que había estado de ella. La graduación… le habría encantado saber que se había licenciado, que se había independizado y era tan feliz. Siempre estaba un poco presente en su vida, a pesar de los años que llevaba sin él.

La luna en el mar riela, en la lona gime el viento, y alza en blando movimiento, olas de plata y azul

Hay gente que dice que cuando alguien muere todo son elogios para esa persona, como si al morir uno se santificase. Lo cierto es que, por lo general, estoy bastante de acuerdo. Está feo hablar mal de alguien que ya no está para defenderse, y cuando quieres a alguien lo mejor es recordar los mejores momentos de esa persona…

Cuando ella nació, su abuelo cumplía 70 años, por lo que lo conoció ya bastante mayor. Pero hasta sus 86 estuvieron conviviendo día a día, y ella jamás había visto nada malo en él. De hecho, cuando en el colegio le mandaron escribir la biografía de alguien a quien admirase no dudó en hacerla sobre él. Todos los que lo conocían se impresionaban de su carácter, sus buenas formas y su apego por la familia. Era un gran marido, buen padre y grandioso abuelo. La mejor persona que ella jamás conocería. Le encantaba recordar sus frases más típicas, sus chistes, las cosas que hacía para hacerle reír y pasárselo bien, incluso sus juegos cuando estaban comiendo. Le gustaba recordar con qué perfección montaba el Belén cada año para Navidad y cómo decoraban juntos el árbol. Incluso aquel año que se perdió el niño Jesús y ella le prestó su bebé Pin&Pon para que el pesebre no estuviera vacío. Su manzanilla después de comer, su manera de limpiar las zapatillas, cómo se lavaba las manos con pulcro cuidado y, de paso, le enseñaba a hacer pompas de jabón. Cómo leía el Sur cada día e intentaban descifrar el jeroglífico juntos. Cómo llevaba sus cuentas y todo tenía su orden. Cómo jamás decía una palabrota y jamás se enfadaba. Su risa, sus ronquidos cuando “descansaba la vista”. Su sillón, del que ella no quería separarse cuando él murió porque aún conservaba su aroma, donde incluso una vez llegó a verlo… la imaginación juega malas pasadas.

Todos esos recuerdos son maravillosos, pero también le gustaba recordar que desde que enfermó en noviembre, hasta que murió en noviembre del año siguiente, ella permaneció a su lado, aunque a veces él no la reconociera. Eso, sin duda, era lo más duro. Pero ella estuvo ahí. En sus mejores y peores días. Lo llevaba a pasear, porque sabía que esto le alegraba. Incluso cuando le empezó a costar andar, salían con la silla de ruedas; ella guantes en mano, porque a sus 16 años no tenía mucha fuerza y a ratos se lastimaba las manos llevando la silla. También le gustaba recordar esos momentos, aunque no fueran tan felices, porque al menos pudo estar a su lado y despedirse de él. Hasta el último momento. Eso la hacía un poco más feliz.

Y ve el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa; y allá al frente Estambul

¿Es malo ponerse triste por los recuerdos? ¿No es mejor no pensar y superarlo de una vez? Tal vez. Pero hay cosas en esta vida que uno, simplemente, no quiere dejar atrás. Hay personas que se van, de unas te despides, de otras no, pero sólo algunas te marcan de esa forma. Algunas personas recuerdan a otras que ya no están para mantenerlas vivas en su corazón. Muchos artistas buscaban la inmortalidad a través de su arte, que permanecería ahí a lo largo de los años cuando ellos ya hubieran dejado este mundo. Al ser recordados por medio de su arte, ellos seguirían vivos en el mundo de alguna manera. ¿Acaso no es esto lo mismo? Si jamás olvidas a alguien, y lo tienes presente en tu corazón, esta persona jamás se irá del todo de tu vida. Y tal vez por eso, ciertas personas jamás morirán para nosotros.

-Navega, velero mío, sin temor, que ni enemigo navío, ni tormenta, ni bonanza tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor

Ella jamás olvidará todo lo que le enseñó, las cosas que le dejó, e incluso las manías que heredó. Había heredado su carácter, su tranquilidad y paciencia, lo que le costaba enfadarse (aunque no tanto como a él). Y las manías… tantas manías que tenía como él y las que habían aparecido después. Pero le encantaban, porque eran suyas. Lo último que le dejó fue el libro de “El Señor de las Moscas”, que se había convertido en uno de sus libros favoritos y le tenía un cariño especial.

Veinte presas hemos hecho a despecho del inglés y han rendido sus pendones cien naciones a mis pies

10 años han pasado desde aquel maldito noviembre en que enfermaste. 9 años desde que te fuiste. Y jamás te olvidaré. Siempre te echo de menos, pero estas cosas me hacen sentirme un poquito más cerca de ti. Es una pequeña forma de agradecer todo lo que me diste y enseñaste.

Que es mi barco mi tesoro, que es mi Dios la libertad; mi ley, la fuerza y el viento; mi única patria, la mar


Te quiero abuelo.


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